Cómo abordo la enseñanza del canto
- Gerardo Fernández San Emeterio
- 14 may 2017
- 2 Min. de lectura
Esta entrada me va a costar, pero la creo necesaria: ¿cómo me enfrento (después de doce años en liza) al alumno nuevo, que me llega, cargado de ilusiones o de inseguridades? Es algo a lo que me he acostumbrado y que llevo a cabo con el mayor cuidado, pero sobre lo que no recordaba haber reflexionado nunca. Sin embargo, días atrás me encontré con una vieja libreta de notas en la que había escrito algunas líneas sobre ello, apenas página y media. Me llama la atención (y tal vez no debiera) que, perfilando algunas cosas, mi punto de vista se mantenga. Aquellas líneas de 2011 son la base de esta entrada.
Es obvio decir que la base de la enseñanza del canto tiene que ser la paciencia, que, como me dijo una vez Ramoneta Sanuy (y me repito a diario) "en música todo se cuece a fuego muy lento", pero a ello hay que sumar, por parte del profesor, un compromiso absoluto con su arte que tiene como reverso una absoluta falta de pretensiones, más allá de poner al alumno en el camino de descubrir la voz que tiene.
De hecho, como demuestran numerosos casos, incluso ante alumnos muy dotados, la prisa es muy mala consejera y la ambición de provocar una carrera fulgurante (que salpique al profesor en su brillo) puede acarrear problemas al alumno en el futuro.
Se enfrenta uno, así, a las pretensiones del alumnado en dos sentidos: los más jóvenes, por abordar obras y papeles "importantes", "de peso", que les hagan sentir que están en el camino del éxito; los de más edad, con frecuencia aficionados, por considerar que hacerlo "por diversión" equivale (con dolorosa frecuencia) a hacerlo "de cualquier manera"; ello les lleva a descuidar aspectos que pueden parecerles superficiales, pero que no lo son o, cada vez más, a proponer obras que "les ilusionan", pero para las que no están capacitados o que no son para su voz (no me invento nada cuando me refiero a una soprano empeñada en cantar el "Mache dir, mein Herze, rein" de la "Pasión según San Mateo" de Bach o de un barítono entrado en años que quería a toda costa enfrentarse al "Abendstern" de "Tannhäuser").
Aunque sobre este último aspecto, relacionado con el malísimo uso que de la palabra "motivación" se está haciendo actualmente, me expenderé en otras entradas, quiero decir que nunca he negado a un alumno un "capricho", por extraño que fuese desde el punto de vista musical, si se adecuaba a su estado vocal.
Volviendo al inicio, a cómo abordo la enseñanza, no creo en un método rígido, al que el alumno deba someterse a priori, sino en adecuar a cada alumno lo que yo he aprendido y en plantear, a partir de cada caso, un método que podrá tener aspectos comunes en muchos casos, claro está, pero que busca el progreso de ese alumno en concreto.
Fuera de este punto de partida, encuentro que la enseñanza del canto acarrea con frecuencia frustraciones y fracasos que lo son, a la vez, del alumno y del profesor.
En este desarrollo inicial me parece fundamental la selección y gradación del repertorio, aspecto al que dedicaré la proxima entrada.

Frente a todo esto, es preciso
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