"Arie antiche", ¿tradición o pereza intelectual?
- Gerardo Fernández San Emeterio
- 23 may 2018
- 4 Min. de lectura
Desde que comencé a estudiar canto, allá por los años ochenta del siglo pasado, la colección "Arie antiche", editada por Alessandro Parisotti y publicada por Ricordi en 1890, me persigue como un mal sueño. En ella se amontonan, sin orden ni concierto, una serie de piezas (no necesariamente arias) de los siglos XVII-XVIII, amén de dos o tres falsificaciones históricas (a pesar de que el autor de la entrada (en español) correspondiente a Parisotti en Wikipedia lo crea un "pufo" -lo correcto sería "bulo", pero bueno-). Los profesores de canto del Madrid de aquellos años nos apedreaban con ellas "velis nolis", a pesar de nuestras quejas, insistiendo en que eran la base del conocimiento del "bel canto" y, en algunos casos menos razonables, en que "había que cantarlas", que es más o menos lo que me decía mi madre para que me comiera los filetes de hígado (siempre los he detestado).
A pesar de los buenos deseos de nuestros maestros o profesores (no es lo mismo), la verdad es que aquellas arias costaba cantarlas en condiciones y, además, para quienes empezábamos a disfrutar de la interpretación histórica de la música barroca, sonaban raro, muy raro. En inteligentísima expresión que oí años más tarde a Jill Feldman, las versiones de Parisotti "echaban una manta" sobre los originales y nos obligaban a verlos a través de ella.
Por otra parte, más allá del purismo juvenil que nos caracterizaba por aquel entonces a unos cuantos, desde el campo de la edición y la composición ya veíamos, por aquel entonces, aparecer otras versiones de ese mismo repertorio que buscaban unirse al enemigo que no podían combatir. Era el caso de Luigi Dallapiccola, que realizó una particular versión de las mismas arias para la editorial IMC (si no me falla la memoria) o del benemérito Jesper Böje Christensen, que publicó en "La flora" una versión que respetaba el bajo original y que algunos reputados pianistas acompañantes consideraban aburrida frente a las florituras que les ofrecía Parisotti. Uno de los casos que se comparaban al respecto es "Intorno all' idol mío" de Cesti, que el editor italiano adorna hasta dejar cerca de una canción napolitana, cosa que, guste o no, difiere completamente de la sobriedad del original; algo parecido, aunque menos exagerado, sucede con "O del mio dolce ardor" de Glück, en el que el cambio de la contención a la explosión de alegría están perfectamente matizados en el original y a los que bastan algunas ornamentaciones de época y no los gorgoritos post-belcantistas con que Parisotti pretende, probablemente, mejorarla.
No dudo ni por un instante de que Parisotti obró de la mejor fe (aunque nos colara algún gazapito que otro, como el abate Marchena), pero no creo que sea bueno mantener, por decreto, estantiguas de semejante monto en la enseñanza del canto, y ello por varias razones:
-La primera y principal, que cada alumno presenta unas características especiales y es a ellas a las que hay que amoldarse. Esas características permiten servirse de este repertorio a veces, pero no siempre (ni siempre de las mismas arias, ¡por Dios!).
-La segunda, que esta colección no ofrece un carácter progresivo. Prueba de ello es que, de los tres tomos originales, se seleccionen siempre las mismas diez o doce arias, ni siquiera las veinticuatro de la selección que publicó para América la editorial Schirmer y que cuenta con una traducción al inglés en la que es mejor no meterse.
-La tercera, relacionada con la segunda, que no se puede considerar ya la lengua italiana como la base del canto, sino que es mejor partir de la lengua materna de cada alumno, aquella a la que la boca y la mandíbula del alumno obedecen de forma automática. Tampoco es necesario (ni creo que sea bueno) realizar traducciones como las que llevan a cabo en los países anglosajones, pues ni la prosodia es la adecuada, ni el texto fiel al original; eso si no se llega a rimas hilarantes que difícilmente permitirán que el alumno se tome en serio el objetivo vocal que se busca con la pieza en concreto (porque ése tiene que existir siempre en la mente del profesor).
-La cuarta, que se acostumbra el oído del alumno a un producto que, a pesar de los esfuerzos de numerosos cantantes -Cecilia Bartoli y Joyce DiDonato las más recientes-, no pasa de ser un pastiche mediocre en comparación con la enorme cantidad de música en forma original a la que hoy se puede acceder.
FInalmente, sería necesario conocer las versiones originales de estas piezas, cosa que ya hizo en su día Christensen al editar "La flora", pero que llevó a cabo de nuevo, en una breve selección Roger Nichols para la Editorial Peters. Yo me hice con esta selección, publicada para voz aguda y voz grave, hace unos seis años y, desde entonces, prácticamente no he vuelto a Parisotti salvo para cotejar versiones.
Una ventaja añadida de la edición de Nichols es que indica la instrumentación original, lo que permite (yo lo he hecho) sacar partes y llevar a cabo interpretaciones con alumnos de otros instrumentos.
Esta ventaja añadida tiene un beneficio, añadido también, para el alumno de canto, acostumbrado a una dependencia del pianista acompañante, siempre de mayor rango académico, que corrige como un profesor, no como un compañero. En realidad, no están lejos los días en los que a los alumnos de canto se nos excluía (aunque lo solicitáramos) de la asignatura de música de cámara.
Frente a esto, preparar una pieza con acompañamiento de cuerda a cargo de otros alumnos permite al alumno de canto sentirse entre iguales, acostumbrarse a un trato de entre músicos y, además, a llevar a cabo un paso técnico intermedio entre el acompañamiento de piano y el de gran orquesta, paso que muchas veces se deja de lado.
En resumen, cuidado con Parisotti, señores.

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