Rosafresca, Rosafresca
- Gerardo Fernández San Emeterio
- 6 may 2018
- 3 Min. de lectura
En 1935, compuso y estrenó Antonio José la que iba a ser su última composición coral: el "Romance de Rosafresca", a partir de un texto del Romancero Viejo en el que, con la concisión que le corresponde, una pareja se interpela sobre el final de su relación. El "amigo" se lamenta de no haber conseguido "servir" a Rosafresca cuando tuvo ocasión (y en ello no se puede descartar que se refiera a un "servicio" sexual) y la joven le acusa de haberla engañado: recibió una carta con un servidor de él que le contó, no sólo que estaba casado "allá en tierras de León", sino que era feliz en su estado: "que tenéis mujer hermosa y hijos (sic) como una flor".
El amigo responde que esa carta fue un engaño y ahí se interrumpe el romance.
Como es habitual en el género, la historia se esboza y queda abierta: no sabemos si es cierto el engaño o no, no sabemos si Rosafresca miente para quitarse de encima a un galán impotente..., como en la vida misma, vemos desde afuera y procesamos a nuestro modo.
Esto es lo que hizo, no podía ser de otro modo, Antonio José: seleccionar una tonalidad y un modo (si bemol menor) que llevan por el lado más triste de la historia, y dividir al coro en dos grupos: cuatro voces masculinas que representan al amigo y dos femeninas que hacen lo propio con la protagonista. Al mismo tiempo, se va a inspirar en la música tradicional para componer unas melodías propias, que recuerdan al folclore burgalés que tan bien conocía y que tan bien adaptó para su Orfeón Burgalés, pero que no son populares, sino propias. Por eso, precisamente, se puede permitir jugar con las diferentes variantes del modo menor (subtónica para el amigo, sensible para Rosafresca) y alterarlo con cromatismos que conducirán al modo mayor de forma momentánea en el clímax de la obra: durante las acusaciones de Rosafresca.
A partir de este esquema, el compositor da protagonismo a las voces masculinas, no sólo porque comienzan cantando la parte que les corresponde ("Rosafresca, Rosafresca, tan garrida y con amor..."), sino porque van a repetir su texto como bordón cuando entren sopranos y contraltos cantando la parte de la joven ("Vuestra fue la culpa, amigo, vuestra fue, que mía no."). Este bordón se transformará en una textura a tres voces en la que los tenores primeros se mantienen, siempre repitiendo el texto inicial, por debajo de las mencionadas acusaciones de la joven: "...que érades casado, amigo, allá en tierras de León, / que tenéis mujer hermosa y hijos como una flor."
No se entienden, no se escuchan: esta pareja ya no tiene nada que contarse y sólo se reprochan el uno al otro la historia que no pudieron vivir. Por eso en el final los textos se interrumpen mutuamente con la repetición de la frase inicial de Rosafresca: "Vuestra fue la culpa, amigo, vuestra fue, que mía no".
La maestría de Antonio José se muestra en todo, pero especialmente en su capacidad para mostrar el dolor que late en esos reproches, cuánto se dirigen hacia dentro y hacia afuera y, sobre todo, cuánto esperaban ambos de esa historia de amor que no han llegado a vivir. Como diría mi admirada Ángel Figuera, les han faltado puentes y, sobre todo, no han hallado como construirlos.
Llevo unas semanas trabajando esta pieza con mi coro, después de meses de estudio, y cuanto más me adentro en ella más y más me gusta, por eso, y por lo cantable que es, a pesar de las dificultades de afinación que vamos trabajando, os dejo la versión que más me gusta, la del Oñatiko Ganbara Abesbatza. Que lo disfrutéis y contadme si os gusta.
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