top of page

Graduar el repertorio

  • Gerardo Fernández San Emeterio
  • 8 jun 2017
  • 2 Min. de lectura

Me refería en mi anterior entrada a la necesidad, para mí esencial, de enseñar el canto desde la base, desde aquello que el alumno puede ofrecer, por escaso que parezca, y ampliar a partir de ahí.

En este aspecto es fundamental el papel del repertorio, pues limitarse en las clases de canto a ejercicios técnicos es, aparte de aburrido, poco útil, ya que hay problemas que no aparecen sino en el momento de cantar, y sólo desde ese momento pueden trabajarse.

El primero de los problemas que va a surgir es el de la seguridad al cantar, al abrir la boca para entonar cualquier cosa intentando recordar las primeras nociones técnicas que les he transmitido. En casos muy extremos, no he dudado en acudir a canciones infantiles (sí, cosas como "Al pasar la barca", "Arroyo claro" o "Tres hojitas, madre", por la que confieso sentir una especial predilección), aunque con frecuencia basta con acudir a las primeras lecciones del método de Vaccaj o algunas de las mal llamadas "arias antiguas" (no en la versión de Parisotti, por favor, que ya hemos entrado en el siglo XXI. Gracias) que, convenientemente memorizadas, permitan al alumno moverse con soltura y empezar a practicar aquello que hemos practicado en los ejercicios de calentamiento.

Ahora bien, ¿qué hacer cuando, dando clase a aficionados, nos insisten en que quieren cantar "canciones modernas"? Yo suelo negarme en redondo, ya que la forma de cantar de los cantantes de pop o rock (no digamos ya de los raperos, porque esos no cantan), no se puede llamar, propiamente hablando, "forma de cantar", sino "atentado a la anatomía". En este sentido, profesores como Husler o Ron Murdock han insistido en lo defectuoso de esa forma de cantar, frecuentemente descoordinada del cuerpo y que confía en el micrófono como si de una varita mágica se tratara.

Puede que el alumno no lo entienda, pero no puedo olvidar que el que sabe, y por eso da las clases, soy yo, y yo sé por dónde debo guiarle.

En este sentido, hay que inculcarles la necesidad de trabajar clase a clase, sin prisa, sin presionar a la voz ni al cuerpo. Como decía mi maestra, Toñy Rosado, cada clase es "la gotita de agua", la que acaba cavando la piedra, según el adagio latino, y venciendo las dificultades.

Como consecuencia, es preciso a veces, también, dirigir al alumno hacia un repertorio menos exigente del que pretende abarcar. En este sentido, debo reconocer que fui de esos alumnos y que nunca agradeceré bastante a David Mason el día en que me hizo ver que "si al principio cantamos cosas fáciles, después las difíciles parecen menos difíciles.

Seguiremos discurriendo por estos vericuetos.

 
 
 

Yorumlar


Posts Destacados
Posts Recientes
Buscar por etiquetas
Síguenos
  • Facebook Classic
  • Twitter Classic
  • Google Classic

​© 2016 por Gerardo Fernández San Emeterio. Fotos de JPradana y Ángel Castillo Perona.

Creado con Wix.com

  • w-facebook
  • Twitter Clean
  • w-googleplus
bottom of page