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Dialogando con Harnoncourt

  • Gerardo Fernández San Emeterio
  • 6 sept 2017
  • 2 Min. de lectura

Recientemente he comenzado a leer "La música como discurso sonoro" de Nikolaus Harnoncourt. Ya sé que no es precisamente una novedad editorial, porque las verdades como puños que escribe el maestro en él lo eran ya, por lo visto, en 1982, fecha de su publicación, y en 2003, la de la traducción, un tanto tardía, al español, pero, ¡qué queréis!, no había tenido tiempo de leerlo. A pesar de esto, yo había seguido la carrera de Harnoncourt, como en aquel famoso caso del novelista y la modelo, desde hace mucho.

Poder leer a Harnoncourt, tras años de tener muchas de sus grabaciones como referencia, es un placer enorme, tanto cuando se coincide con él -con harta frecuencia- como cuando no se está de acuerdo.

En este sentido, hilando con mi anterior entrada, en la que me refería al uso que todavía hacemos de las vocalizaciones de García y Marchesi, hay un párrafo de Harnoncourt (en el que él se refiere a métodos de violín) que no puedo dejar de citar:

"...el músico actual recibe una formación donde el maestro comprende tan poco el método como él mismo. Aprende los sistemas de Baillot y Kreutzer, que fueron desarrollados para los músicos por sus contemporáneos, y los aplican a la música de épocas y estilos completamente diferentes. Todos los fundamentos teóricos que hace ciento ochenta años eran del todo razonables se aceptan todavía en la educación musical actual, evidentemente, sin ponerlos en cuestión, aunque no se entiendan." (Trad. de Juan Luis Milán, p. 32)

Justamente, pero mucho mejor explicado, era esto lo que yo quería decir en la entrada anterior, aunque yo, y creo que la mayor parte del profesorado, sí ponemos en cuestión los métodos del pasado al entresacar de ellos aquello que consideramos válido para la música que estamos trabajando con cada alumno.

No quedan, sin embargo, lejos los tiempos en que se adoraba al método por la peana. Recuerdo aún, con horror, a un profesor de canto que tuve (el peor de todos, con diferencia), que voceaba en clase "¡Es la única manera de hacerlo!" y que nos culpaba a los alumnos si esa "única manera" no "nos salía" (literal).

Es probable que casos así permanezcan, pero creo (necesito creer) que somos mayoría los que llevamos a cabo un acercamiento crítico a las fuentes, especialmente en el caso del canto, donde cada instrumento es único e irrepetible.

Trabajar de forma mecánica la parte técnica del instrumento es crear un sonido rutinario y, con ello, condenar al alumno a una ejecución estereotipada y aburrida. No se nos puede olvidar ni un instante que la emoción del cantante tiene que ir en el sonido (frente a los actuales intentos en convertir a los cantantes en actores que, además, cantan) y que sólo desde el sonido vamos a conectar con el auditorio.


 
 
 

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​© 2016 por Gerardo Fernández San Emeterio. Fotos de JPradana y Ángel Castillo Perona.

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