Hoy Harnoncourt me lleva a Tebaldi
- Gerardo Fernández San Emeterio
- 13 sept 2017
- 2 Min. de lectura
Ayer, una conversación de Facebook me hizo acordarme de Renata Tebaldi, una de mis sopranos favoritas, capaz (digan lo que quieran) de conjugar actuación y música, sin que actuación signifique braceos y meneos absurdos de cabeza.
El recuerdo de Tebaldi vino sobre una frase que había leído por la mañana en el libro de Harnoncourt: "Nadie logra sustraerse a la tendencia al movimiento corporal cuando se escucha música; cualquiera lo puede sentir y se puede observar en las salas de conciertos. Es una parte de la experiencia de la música." ("La música como discurso sonoro", p. 70, trad. de Jual Luis Milán).
Cierto que Harnoncourt parte de aquí para referirse a la articulación de la música, pero yo, atento a lo mío, no pude evitar quedarme pensando en los braceos y cabeceos que con frecuencia se ven entre los cantantes, más aún dentro de los coros (personalmente, tengo catalogado un tipo al que conozco como "la señora del cardado", que es ésa integrante de los coros aficionados que va marcando cada parte fuerte con la arquitectura capilar que le han hecho esa misma mañana en "la pelu").
Puede que fuera el acordarme del cardado lo que me llevara del todo a Tebaldi, que tiene fotos con ellos a cascaporrillo...
Bromas aparte, fue esa capacidad de integrar el movimiento escénico en la emoción que tiene que transmitir el sonido la que me hizo acordarme de ella, sobre todo en este vídeo, donde busca una gestualidad "japonesa", sin perder el norte: el hecho de que está cantando una ópera de Puccini. Así, podemos ver como en la primera frase no hace nada desde un punto de vista gestual: manda el sonido. Será más adelante cuando comience a moverse, integrando cada gesto en la frase musical.
Otro aspecto que me interesa del vídeo y que está al margen del gesto, pero que no quiero dejar de comentar: Tebaldi respira donde quiere y cuando quiere, eso sí, siempre dentro de la música. Es asombroso como la belleza del sonido y la emoción que transmite no se rompen ni siquiera ante lo sonoro de sus respiraciones.
También llama la atención cómo se contrae en el agudo final: es uno de esos casos (Domingo es otro de ellos) en los que no podemos hacer caso a los maestros, porque, si uno de los humildes mortales hace eso en el transcurso de un aria, acabará sacando un sonido apretado, cuando no un gallo de esos que nos ponen colorados a propios y extraños. En fin, cosas de la primera división...
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