Musiquita
- Gerardo Fernández San Emeterio
- 15 oct 2017
- 3 Min. de lectura
No recuerdo quién dijo, pero dijo muy bien, que había palabras y expresiones que hacían merecer dos bofetadas a quien las utilizaba, y ponía como ejemplo "el pompis". Pues bien, experimento la misma sensación, la misma necesidad, cuando alguien emplea la palabra "musiquita" para referirse a eso que se pone de fondo en lugares públicos para tapar el ruido ambiente y los silencios incómodos, aunque se trate de Bach o Mompou. Ya no digamos si dicen "musiquita de jazz" para referirse a esas versiones descafeinadas y previsibles donde el jazz, dejémonos de bobadas, no enseña más que la patita, y eso en el mejor de los casos.
Aborrezco la música de fondo: la música es un discurso (sí, se me ve la patita con Harnoncourt de nuevo, lo sé) que puede escucharse y comprenderse, pero para ello hay que hacer un esfuerzo, convertirse de oyente pasivo en auditorio activo. Y para ello, dejémonos de excusas, no hace falta ni saber solfeo siquiera: basta pararse y escuchar. Al escribir esto me recuerdo a mí mismo, con unos diecisiete o dieciocho años, en una mañana de junio, ante el Templete de El Retiro, donde la Banda Municipal de Madrid, que dirigía entonces Moisés Davia, interpretaba la obertura "Preciosa" de Carl Maria von Weber. Yo, por aquel entonces, no sabía más que lo que era un pentagrama y el nombre de las notas en la clave de sol, pero hice el esfuerzo de cerrar los ojos, abstraerme de la hermosa mañana que hacía, e intentar entender lo que aquella música, más larga que las piezas que yo estaba acostumbrado a oír, significaba.
Por supuesto, recurrí a colores, a formas, a espacios y luces para explicarme aquello, pero desde allí intuí que toda pieza musical significa algo aunque no tenga letra. ¿Es porque yo era un genio? ¡Ni mucho menos!, cualquiera que me conozca lo sabe: es porque decidí hacer un esfuerzo consciente en vez de permanecer como mero oyente que recibe la música como fondo de una mañana de verano, aromada por la vegetación de El Retiro.
A esta decisión invito siempre a mis alumnos y a cuanta gente me pregunta (o me viene con aquello de que les recomiende "música bonita"; por suerte, ya nadie te pide que se la grabes...), a realizar una escucha activa e inteligente de la música que escuchen, que no la dejen pasar como el rumor del agua de un río. Sólo de esta manera descubrirán sus preferencias personales, sólo de este modo podrán separar el grano de la paja y evitar que les den gato por liebre. Además, estoy convencido de que esta escucha activa ayuda también a lo que Machado dijo de "distinguir las voces de los ecos", para llegar a escuchar la que verdaderamente nos interesa.
Por otra parte, estoy cansado, muy cansado, de visiones apocalípticas, de supuestos profesionales (de la estafa) acodados en la mesa de un café hablando con gesto apático de "batallas perdidas": creo en el trabajo diario y en el contacto directo y desde éste, si lo sabemos gestionar, se puede avanzar mucho, pero mucho. En ese sentido es como quería, y como quiero, gestionar mis agrupaciones de aficionados: como un grupo en el que se pueda entender la música lo suficientemente bien para resolverla con solvencia, sin compararse innecesariamente con profesionales que están en un nivel diferente al nuestro, pero sin limitarse tampoco a una repetición mecánica, estéril y autoindulgente. Las excusas, dicen los canarios, son como el culo (sin perdón, que así se llama): todo el mundo tiene, y esto creo que debe aplicárselo cualquiera que forme parte de un grupo aficionado, sea coro, orquesta, banda o cuadro jotero.
Preguntarse qué hacemos en este momento y por qué lo hacemos, como abordamos este pasaje, la relación de la música con el texto, cuando hay, qué sentido global tiene la pieza, cuál es la intención del director, todo eso es posible en una agrupación aficionada y es mucho más grato, lo juro, que cantar a gritos el "Mesías", el "Requiem" de Verdi o los "Carmina Burana" dando las notas por aproximación, como la lotería, y más atentos a la foto que a la música.
Prueben con repertorio de menos campanillas, pero con más enjundia (más que los "Carmina Burana", hasta Federico Chueca, diría yo), del que se puede aprender y con el que se puede avanzar. Prueben, que no se arrepentirán; el resto es todo mentira, un autoengaño de lo más triste.

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